Sí, el Nobel a Santos fue político

Ni los Cascos Blancos de Siria ni los rescatistas griegos ganaron el galardón porque su efecto práctico habría sido menor. ¿Lo tendrá aquí?

Comité Noruego espera que el premio impulse los acuerdos

En sus visitas al exterior, Juan Manuel Santos suele presentarse como un patricio inglés que trae las buenas nuevas de la paz: un pacifista riguroso que solía comandar los bombardeos contra las Farc y que resolvió, con el riesgo de minar su capital político, pergeñar un acuerdo para anular la guerra. Su aspecto y sus maneras, y la voluntad de petrificar una guerra fatigada, le valieron el apoyo de políticos y organismos que de otro modo se habrían contradicho: Nicolás Maduro y Barack Obama, Rafael Correa y Mauricio Macri, Vladimir Putin y Naciones Unidas. Si bien se ignora si el Premio Nobel de Paz resolverá la incertidumbre posterior al plebiscito, Santos podrá fiarse de que por un momento se trocó en un conciliador virtuoso fuera de sus fronteras a pesar de ser un pacifista desoído en su propia tierra.

El Nobel es la reafirmación del consenso foráneo: “Hay un peligro real —arguyó Kaci Kullman Five, cabeza del Comité Noruego— de que el proceso de paz se detenga y de que la guerra civil recomience (…). Al entregarle el Premio Nobel de Paz al presidente Juan Manuel Santos, el Comité Noruego quiere animar a aquellos que buscan alcanzar la paz, la reconciliación y la justicia en Colombia”. Sí, es un premio político y el Comité careció de sugerencia para declararlo: “El Comité espera que el premio le dará (a Santos) la fuerza para tener éxito en esta tarea demandante”.

En parte, la entrega del premio es la representación tangible del modo en que es observado el proceso de paz desde afuera: a pesar de los resultados negativos del plebiscito, todavía es posible continuarlo. El Nobel es una práctica de la realpolitik: dado que todavía existe opción de que los acuerdos de paz pervivan, el Comité le lanza a Santos una pileta de oxígeno. Por esa razón, no premiaron ni a los Cascos Blancos de Siria —un grupo de 3.000 voluntarios que rescatan y atienden a los civiles tras los bombardeos— ni a los rescatistas de las islas griegas —que se precipitaron a las aguas para salvar a los migrantes que se hundían en su huida—: porque el premio no habría terminado ni la guerra ni la migración.

Escribe Ciarán Norris, en el diario The Guardian, que al entregar el Nobel a Santos “el Comité ha demostrado que cuando la comunidad internacional no puede prestar su apoyo para asegurar la paz en cada conflicto —Siria, entre ellos—, sí puede proveer un ímpetu necesario para superarlo”. Santos ha sido galardonado porque supo convertir la causa de la paz en un asunto que les concernía a todos los países: se blindó con la elegancia diplomática para ser vituperado por la inclemencia doméstica. “Nunca he hecho nada para ganar premios de esa naturaleza —dijo Santos en septiembre de este año—. Si yo quisiera los aplausos de la opinión pública, no me hubiera metido en el proceso de paz”.

Entonces, el Nobel tiene de entrada un efecto exterior que no resulta menor para la implementación de los acuerdos. Permite que Naciones Unidas continúe con la verificación en terreno, que la misión de la OEA provea apoyos y que los recursos que entrega la Unión Europea —cerca de 600 millones de euros— se suspendan pero no se pierdan, y reafirma la participación de Noruega, un mediador esencial en los diálogos de La Habana. Alivia la “decepción” que sintió el gobierno de Noruega y los deseos incumplidos de Ban Ki-moon.

The Economist piensa distinto: “El premio quizá no mejore el prestigio de Santos entre los votantes comunes. Menos de un tercio aprueba su labor como presidente. Una de las razones es la economía débil. Otra es su actitud cosmopolita y sus maneras patricias. Parece sentirse más en casa entre los iluminados extranjeros que entre sus propios coterráneos. Los impulsores del No acusaron a Santos de cortejar la aprobación de líderes foráneos (…) a expensas de los intereses nacionales. Un empujón de Noruega no cambiará su decisión”.

La revista, sin embargo, arguye que el premio podría ser un incentivo no para los contradictores del acuerdo, sino para quienes se abstuvieron de votar en el plebiscito. “Después de este, decenas de miles de colombianos marcharon en las ciudades de todo el país para apoyar el proceso de paz. Muchos eran votantes del No arrepentidos. El premio de Santos reivindica la causa de los manifestantes y la suya propia”.

El proceso de paz colombiano es también un compromiso de Estados Unidos, Cuba, Venezuela y Naciones Unidas: con sus virtudes políticas, afinadas por su crianza en una familia que repartía su poder entre el medio de comunicación más popular y la Presidencia, Santos convenció a un grupo de extranjeros de que una iniciativa puramente nacional era una obligación internacional. Su llamado se hizo todavía más intenso cuando Estados Unidos dialogó con Cuba: si se iba a terminar la frialdad épica entre el capitalismo y el comunismo a gran escala, ¿por qué el mundo no iba a limpiar el óxido de esta guerra interna?

Fuente: El Espectador.com – Por: Juan David Torres Duarte

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