Las despiadadas tácticas para ganar un Tour de Francia según Froome

Las montañas traen el mayor número de aficionados y los más grandes dramas, las diferencias de tiempo decisivas y las maniobras fulminantes. Las montañas representan dolor y sufrimiento, personajes quebrados y sueños destrozados.

Foto: AFP Tácticas necesarias para ganar un Tour de Francia según Chris Froome Chris Froome nació el 20 de mayo de 1985.

  Empiezas con fuerza, entusiasmo y esperanza. Apoyado por tu equipo al frente del pelotón, protegido por tus gregarios, subiendo a paso firme.

De repente se van rezagando, te quedas solo, empieza la duda y también el estrategia. Tus pulmones arden, las piernas se vuelven cemento, miras a tus rivales, un gesto de debilidad te dicen que están más cansados que tú.

Eso es cuando “retuerzo el cuchillo”.

Así describe el ciclista británico Chris Froome como es la batalla en del Tour de Francia en las etapas de alta montaña con final en ascenso, el lugar en la carretera que apunta al cielo pero donde los ciclistas enfrentan su propio infierno.

Tom Fordyce, periodista deportivo de la BBC, entrevistó en Mónaco al triple campeón del Tour, donde hace los últimos preparativos para la próxima edición de la más importante carrera ciclística del mundo que, como muchas otras, podría definirse en cimas.

Las montañas traen el mayor número de aficionados y los más grandes dramas, las diferencias de tiempo decisivas y las maniobras fulminantes. Las montañas representan dolor y sufrimiento, personajes quebrados y sueños destrozados.

Este es el mundo secreto de los escaladores y no tiene nada de fácil de ni romántico. Pero ahí es donde se definen los campeones.

Cuando la tierra se empina

Con cientos de kilómetros en las piernas y más que pedalear ese mismo día, cuando el pelotón se acerca al momento culminante de una etapa montañosa, el grupo primero se fractura y luego explota.

“Hay tensión en el aire. Sabes bien que este es un día en el que regresarás a gatas al autobús del equipo al final de la etapa”, relata Froome.

“En la base de una escalada decisiva, los empujones para lograr una buena posición son similares a los de una llegada en sprint. Le das a toda máquina. Sabes que si pierdes la rueda de enfrente aunque sea un par de metros, alguien se va a meter y tomar tu lugar. Todo el mundo va al límite”.

Aparecen individuos que no tienen por qué estar allí, los que quieren aprovechar el impulso del grupo, explica el ciclista. “Tienes que luchar contra ellos. Tienes que sacarlos de ahí, porque ellos son los que te van arrastrar para atrás cuando se queden”.

El encierro de la muchedumbre

Los espectadores pasan horas, hasta días esperando. Hay casas rodantes apretujadas en cualquier espacio, botellas de vino y latas de cerveza vacías en el borde de la carretera, fanáticos semidesnudos corriendo para arriba y para abajo. Se espera que la densa multitud se aparte milagrosamente como el mar Rojo con el paso del ciclista. Esa es la esperanza.

“Cuando estás subiendo el Alpe D‘Huez, donde hay filas de hasta diez personas a lado y lado, es una muralla de ruido. No puedes escuchar nada”, dice Froome.

“Hay gente lanzando fuegos artificiales, encendiendo bengalas a nuestro lado y tú simplemente bloqueas todo eso para concentrarte en la bicicleta”.

Como espectadores podemos ver la confusión y el desorden, pero no se puede oler los asados y la cerveza. El público está tan cerca de los ciclistas que estos pueden oler su aliento a alcohol.

“Es un olor muy fuerte”, asegura el triple campeón que, el año pasado, sufrió una caída en la congestión de la subida que lo dejó sin bicicleta.

“Puede ser miedoso. Pero cuando tienes a alguien gritándote ‘¡dale, dale!‘, es una sensación increíble. Te duele todo, luchas por mantener el ritmo y piensas ‘maldición, tiene razón, sólo tengo que aguantar este corto trecho…‘”.

Empieza el sufrimiento

El amplio grupo de ciclistas se dispersa y separa. Los coequiperos de las grandes estrellas se hacen al frente para proteger y asistir a sus capitanes. El ritmo cardíaco se acelera y las piernas empiezan a quemar.

“El dolor acecha. En la base, cuando estás entusiasmado, te sientes fresco. Puedes responder a las pequeñas aceleraciones. Puedes cerrar el espacio con la rueda de enfrente. A medida que subes, la frescura desaparece”.

Poco a poco un grupo de músculos se vuelve como cemento, describe Froome. Está exigido al máximo. Otros músculos intentan compensar y ellos también empiezan a fallar. Músculo por músculo empeora a medida que el dolor se impone. Se sientes en la espalda, en los hombros.

“Es distinto al dolor de un sprint en grupo, que es corto y explosivo. Tu cuerpo te dice, me duele, me duele, desacelera, pero tienes que ir más rápido. Siempre me ha encantado esa sensación de llevar mi cuerpo hasta el límite. Tener el tanque vacío, nada más que dar pero sigues empujando tu cuerpo. Es perverso, pero me gusta”.

Póker sobre ruedas

No se trata únicamente de fortaleza física. No es sólo de producción de potencia, hay estrategias dentro de estrategias, tramas secundarias que podrían decidir el clímax de la historia.

“Cuando todavía estás a 10 km de la cumbre, no quieres ser el tipo en la punta arrastrando a todo el grupo. Tienes que empezar un juego: “Sólo puedo aguantar 30 segundos al frente, luego les toca a ustedes”.

Pero todo es fingido, confiesa. Porque sabe que en los dos kilómetros finales va a tener que darle con todo.

“Engañas como en un juego de póker. Pierdes la rueda por unos metros para que el tipo de al lado piense ‘tal vez no está pasando por un buen día, ahora puedo acelerar…‘ y, entonces, le dan al máximo pensando que te pueden soltar”.

“Yo he caído en ese engaño a veces. Es un juego constante entre tú y los rivales, dónde te encuentras, cómo puedes aprovecharte de las inseguridades de los otros”.

Las señales delatoras

Algunos son mejores en ese póker que otros. Algunos pueden interpretar mejor al contrincante mientras mantienen sus intenciones ocultas.

“Alberto Contador, si puedes detectarlo, tiene un pequeño gesto que hace, es casi como una sonrisa, pero es un gesto que hace cuando llegó a su límite”, cuenta Froome del español.

“Sólo dura un instante, como si estuviera tomando aire, y lo puedes ver. ¡Ah, ahí está, llegó al umbral!”.

Froome reconoce que su gesto delator es cuando agacha la cabeza. Pero, en realidad, monta con la cabeza agachada casi todo el tiempo. “Mis coequiperos, mi propia esposa, no pueden darse cuenta si estoy pasando por un buen o mal día”.

La cruel escalada

El grupo final se desvanece. Los coequiperos, los gregarios de lujo están desgastados y rezagados en la cola.

“Es una situación realmente extraña. Todos estamos sufriendo. A nadie le quedan fáciles esas escaladas”, contó a la BBC.

Ahora todo queda en mano de los grandes, los aspirantes de la clasificación general, solos en el empinado y recalentado asfalto, en tropel, tratando de quebrar el uno al otro.

Todo depende del grado de sufrimiento que cada ciclista está dispuesto a soportar, quién sufre más y cómo aprovecharse de eso.

“Eso es en resumidas cuentas. Quieres retorcer ese cuchillo. Si ves a alguien en dificultades y es una amenaza en la clasificación, vas a retorcer ese cuchillo lo más que puedas”, explica.

“Y lo puedes ver. Es como un botón que ha sido apretado. Cuando alguien lo aprieta, cuando ves en su cabeza que ya no puede más a esa velocidad”.

Y así, en efecto, es como destruye la personalidad del otro.

“Es primitivo. Es gratificante. Y es una gran sensación cuando puedes infligir ese golpe a alguien pero una sensación horrorosa cuando alguien te lo hace a ti”.

Los momentos más oscuros

Faltan cuatro kilómetros. Después de tanto camino, todavía quedan pedalazos críticos. Todo duele. Nada se está dando fácil.

“Hay momentos de duda. Piensas que estás en un buen día y alguien acelera un tris rápido a la salida de una curva y piensas ‘¡uy!, está más fuerte de lo que pensaba‘, y empiezas a dudar”.

¿Por qué no parar? ¿Por qué no disminuir un poco, durante unos preciosos segundos?

“Mucho tiene que ver con la confianza, es un juego de cuánta fe tienes en lo que puedes lograr comparado al otro tipo. Siempre estás tratando de juzgar quién puede ir más rápido y, por ende, si debes subir el ritmo o quedarte un poco atrás a ver si ellos desaceleran”, responde.

“Hay muchas cosas que atraviesan tu mente en esos momentos. Piensas en tus rivales, en cuando has esperado este momento, como has previsto que las cosas se desenvuelvan. Piensas en tus seres queridos, yo pienso en mi familia, que me estoy extendiendo por ellos”.

El final de la partida

Los helicópteros sobrevuelan, las motocicletas y los camarógrafos van al frente, el auto del equipo está atrás. Pero el ciclista está solo.

“No hay dónde esconderte cuando estás en la alta montaña. Si no has hecho tu preparación, se va a notar”.

Es él, su corazón, sus piernas, sus pulmones.

“No te puedes esconder en el grupo, no puedes depender de tus coequiperos para protegerte. Es hombre contra hombre y si no tienes con qué, no tienes con qué”, confiesa Froome.

“Me encanta. Me encanta esa emoción. Me encanta la anticipación. Es mucho trabajo y sacrificio el que se necesita para una etapa de gran montaña en el Tour pero cuando hay resultados, no hay nada mejor”, agrega.

“Eso es lo que me trae al Tour año tras año y lo que lo hace mi principal prioridad, lo gratificante que es esa sensación. De poder infligir ese daño a tus rivales”.

De la valla roja a la camiseta amarilla

Un arco rojo anuncia que falta un kilómetro. Una mirada furtiva por debajo del brazo a la carretera atrás. No viene nadie.

“Cuando finalmente logras soltar a tus rivales te llenas de una sensación positiva y energía”, explica Froome. “Para mí, es una de las mejores sensaciones de mi vida”.

Un último esfuerzo antes de la meta, subirse la cremallera de la camiseta empapada en sudor, levantar un cansado brazo al aire para las cámaras.

“Cuando te acercas a la meta y el sufrimiento cesa, puedes finalmente aflojar y dejar que el cuerpo se recupere. Es una sensación de liberación y relajamiento tras el esfuerzo a que te has expuesto”.

“Cuando regresas al hotel y te acuestas a eso de las 9 o 10, es la primera vez que te puedes desconectar de todo, cuando empiezas a sentir el efecto acumulado de tres semanas de carrera, cuando te das cuenta de la dificultad del Tour”.

“Los días verdaderamente malos son cuando tienes que ducharte sentado. Para mí esa es la medida de lo difícil que ha sido el día. Algunas veces estás en la ducha y no puedes ni pararte. Yo me siento en el piso y me enjabono. Así de acabado terminas”.

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