Mientras viaja alrededor del mundo, Ackerman no sólo narra la historia de la recién descubierta inteligencia de los pájaros, sino que, además, profundiza en los últimos hallazgos acerca del cerebro aviar. Reseña.
Foto: Editorial Ariel. Febrero 2017, Barcelona.Cortesía
Jennifer Ackerman, autora del libro El Ingenio de los Pájaros, lleva cerca de tres décadas escribiendo sobre ciencia, naturaleza y biología humana. Dice que aprendió sobre pájaros de un par de hombres llamados Bill. El primero de ellos, Bill Gorham, quien la llevó a avistar pájaros cerca de su hogar en Washington DC. Tenía siete años.
Al otro Bill lo conoció en el Sussex Bird Club cuando vivía en Lewes, Delaware. Ese Bill French era un observador paciente, dedicado e inagotable. Sus apuntes acabaron en la Delaware Ornithological Society como parte del registro oficial del Estado. Las aves que observó durante aquellas y otras excursiones parecían saber lo que hacían y comenzó a preguntarse: ¿Cómo pueden unos seres con el cerebro del tamaño de una nuez tener capacidades mentales equiparables, e incluso superiores a las de su tribu primate?
A la hora de juzgar la inteligencia general de los animales, los científicos pueden evaluar sus capacidades de supervivencia y reproducción en múltiples entornos distintos. Medidas por este rasero, las aves superan a casi todos los vertebrados, incluidos los peces, los anfibios, los reptiles y los mamíferos. Son la única fauna presente prácticamente en todo el planeta. Habitan en todos los rincones del mundo. Desde el ecuador hasta los polos, desde los desiertos más bajos hasta los picos más altos. En casi cualquier hábitat; en tierra, mar y en masas de agua dulce. En términos biológicos, tienen un nicho ecológico inmenso.
En tanto que clase, los pájaros pueblan el planeta desde hace más de cien millones de años. Son una de las grandes historias de éxito de la naturaleza, pues han ideado nuevas estrategias para sobrevivir, desplegando un ingenio propio y característico que, en ciertos aspectos al menos, parece superar al humano.
En algún punto en la neblina de los tiempos insondables habitó el überpájaro, el antepasado común a todos los pájaros, desde el colibrí hasta la garza. Hoy existen unas diez mil cuatrocientas especies distintas de aves, más del doble del número de especies de mamíferos: alcaravanes del cabo y avefrías europeas, kakapos y milanos, bucerótidos y picozapatos, perdices, chucaros y chachalacas. A finales de la década de 1990, cuando la comunidad científica calculó la cifra total de aves salvajes en el planeta, determinó que había entre doscientos y cuatrocientos mil millones de ejemplares. Eso representa en torno a entre treinta y sesenta pájaros vivos por persona. Afirmar que los seres humanos tienen mayor éxito o son más avanzados depende de la definición que demos de tales términos; al fin y al cabo, la evolución no tiene nada que ver con el avance, sino con la supervivencia. Se trata de aprender a resolver los problemas del entorno, algo que los pájaros han hecho de manera proverbial durante un larguísimo tiempo.
Quizá se deba a que son tan distintas de las personas que nos cuesta apreciar plenamente sus capacidades mentales. Las aves son dinosaurios, descendientes de los pocos dinosaurios afortunados y flexibles que sobrevivieron al cataclismo que aniquiló a sus parientes. Nosotros somos mamíferos, parientes de los tímidos y diminutos animalillos parecidos a musarañas que emergieron de las sombras de los dinosaurios, en gran medida cuando la mayoría de estos seres se habían extinguido. Mientras nuestros parientes mamíferos se ocupaban de crecer, las aves, por el mismo proceso de selección natural, se dedicaban a empequeñecerse. Mientras nosotros aprendíamos a caminar erguidos sobre dos patas, ellas perfeccionaban su ligereza y su vuelo. Mientras nuestras neuronas se ordenaban en capas corticales para generar un comportamiento complejo, las aves concebían una arquitectura neuronal completamente distinta, diferente de la de un mamífero, pero, al menos en ciertos aspectos, igual de refinada. Como nosotros, se dedicaban a entender cómo funciona el mundo, y mientras lo hacían, la evolución iba perfeccionando y esculpiendo sus cerebros y otorgando a sus mentes los magníficos poderes que presentan hoy.
En este libro, el ingenio se define como el don de saber lo que haces, de “arraigar” en tu entorno, de extraer un sentido a la realidad y hallar un modo de resolver problemas. En otras palabras, como la habilidad de afrontar los desafíos sociales y ambientales con perspicacia y flexibilidad, atributos que muchos pájaros parecen poseer a raudales. A menudo ello implica hacer algo innovador, algo nuevo, como detectar una nueva fuente de alimento o aprender a aprovecharla.
Ackerman pregunta: ¿quién seguirá aquí para oírlos cantar? Entre tanto, ¿aceptaremos la merma, la reducción de la diversidad a especies como los gorriones que juegan con nuestras propias reglas? ¿o lucharemos por conservar la huella más ancha posible del árbol de la vida aviar, con especies de cerebro grande y pequeño, especialistas y generalistas, antiguas y nuevas?
Fuente. El Espectador por Adriana Laganis